miércoles, 16 de abril de 2008

Editorial de la revista En Diagonal

“El pensador político y la tradición”


Hostilizado por la inmortal distancia, empequeñecido por la dimensión, pretendidamente homogénea, del referente pretérito, no hay como el tradicionalismo político para licuar las búsquedas de las latencias utópicas del pasado. Rastreo arriesgado e íntimo –a tientas y a ciegas, como toda verdadera búsqueda-, la verdadera tradición sigue viviendo en la labor, excéntrica al mandato, en diagonal a las representaciones mas deslavadas, de quien asume su propia intemperie, diciendo su propio tiempo, delimitando lo perimido y lo por-venir.
Sin embargo, esquivar el oscuro proyecto de convertirnos en guardianes de cementerios, no implicará, para nosotros, despertar diariamente de la tragedia que corroe nuestra historia para alejarnos, horrorizados, de su desenvolvimiento intrínseco, sino trabajar fielmente en ella para que las singularidades dispersas que contiene puedan ser redimidas, actualizadas, rescatadas.
La prohibición de la repetición de la historia no proviene del resguardo de una memoria, sino de la prodigalidad del acto, que si de un lado condiciona la política que se hace, del otro obliga a reconsiderar la tradición, releyendo de una manera nueva, productiva, el pasado.
El tradicionalismo, por el contrario, se contenta en comentar la prosa (trágica) del mundo pretérito. Su principal vector conceptual –fijando la palabra proferida antaño como signo uniforme y acabado, dogmático y petrificado- es la repetición. Una primera sospecha nos viene cuando medimos en nuestra situación el poderío de significante de antaño. Si las palabras que organizaban el pensamiento emancipatorio de antaño (llamémoslo guevarista, marxista-leninista o como quieran) obtenían su sentido y recompensa proyectual en las esperanzas de lo por-venir, su supervivencia actual, al contrario, sustraídas –las mismas palabras de antaño- de aquellas brasas que le daban cobijo, trastocándose en reminiscencia ciega, en puro efecto traumático de lo clausurado –devenido impensable-, no pueden dejar de arrojar a sus portadores frustrados a una figura subjetiva contraria a su prescripción heroica originaria: la moral del fracaso. Si nuestros setentas se encuentran atravesados, desde las palabras y el pensamiento, por algo, es por la epopeya. Empero, la reduplicación discursiva actual configura una situación en la cual el sujeto prescripto es aquel que sabe que, haga lo que haga, va a fracasar. De ahí la profunda melancolía de nuestras izquierdas. Se sabe que el Caballero de la triste figura salía una y otra vez de su tierra natal para obtener siempre la misma desdichada aventura. La repetición signa toda discursividad anclada en la moral del fracaso.
Si queremos, en cambio, estar a la altura de lo que nuestra tradición de pensamiento emancipatorio nos dicta, tenemos, más que quedar, estacionarios, chapaleando en la misma trama, inventar una nueva literatura. Pues, labor paciente y muchas veces borrosa, tenaz e inspirada, intransigente y rigurosa, la actividad del pensador emancipatorio tiende, como antaño, a la integración inventiva de elementos heterogéneos, fractales.
Apropiándose de modo diferente de la tradición que hereda, el pensamiento emancipatorio verdaderamente vivo, aquel cuyas fuentes de inspiración no son los imaginarios fosilizados sino lo real que se habrá jugado en las gestas emancipatorias pretéritas, obtiene sus coherencias de la intemperie desértica, de la oscuridad de la invención, del hallazgo imprevisto.
Empecemos a elucidar una transformación política, pensemos una política transformadora ¿no implicaría la misma un nuevo lenguaje, una nueva forma de decir, de decirnos? Más, si seguimos nominando a las cosas con las viejas palabras, ¿cómo advendrá lo nuevo? ¿Cómo hacer de lo real otro si nuestro pensar no crea los instrumentos para darse esa posibilidad?...A menos que la crítica sea puesta en que no usamos las palabras correctas, que las mismas estarían claras que sólo falta actuar en consecuencia. Pero ya conocemos esa encerrona, obtusa, de asnos. Debemos hacer nuestra la arbitrariedad del poeta que nombra el mundo como si fuese por primera vez. Debemos hacer nuestra la fortaleza, frágil y potente a la vez, del poeta que dice las cosas bajo su propio riesgo, movido y tensado por una incierta y profunda necesidad de no permanecer mudo o repetir la antigua épica, ya que bien sabe que la poesía no surge del pasado. En Vocales Rimbaud da sus propios significados a cada letra. En uno de sus Aguafuertes, escritos en plena segunda guerra, Arlt contempla que las viejas palabras no servían para expresar los momentos que vivía.
Política, pensamiento, práctica, democracia, libertad, igualdad, izquierda, socialismo, comunismo, viejas palabras que deben volver a ser repensadas y renovadas, porque un nuevo decir es un nuevo tiempo. Ese hacer pensante implicará poner los músculos del cuerpo –obvio- pero esa tensión será inútil si no es acompañada por el rigor de la palabra.
Surge, sin embargo, una paradoja que ilumina nuestro tiempo: no podemos repetir el hacer-decir-pensar de la generación que nos precedió. Más, al mismo tiempo, no hay hacer inventivo actual que se sustraiga a la proyección, hoy borrosa, que ese pasado produce. Transformar en productivo aquello que hasta hoy oficia de pura repetición es la labor, creemos, del verdadero pensador de la política.

1 comentario:

Natiii dijo...

Bueno... estuve mirando. No se pueden dejar comentarios sin cuenta de google o afines porque no habilitaste la opción. Andá a Configuración, Comentarios y ahí, en "persona que puede realizar los comentarios" habría que seleccionar "cualquiera". Debe ser ese el problema porque me fijé en mi blog y teniendo esa opción seleccionada puede dejar comentarios cualquier persona no registrada con cuenta e incluso anónimos. Si después de hacerlo no se puede tampoco, bueno... me fijo si es otra cosa también.

¡Ah! ya que estás... sacá la verificación de la palabra que cansa jaja. Está en la misma página que te dije.

¡Nos vemos!